Como si de una variante comunista del mitológico «rapto
de las sabinas» se tratara, las muchachas de la aldea de Bukojna
han sido arrebatadas por la «acción», movilización de efectivos
orquestada por el Partido del Trabajo de Albania, doble afrenta
por haberse producido justo antes de las fiestas de San Jorge y su
ritual de cortejo y consiguientes nupcias.
Partiendo de este hecho, el narrador, un muchacho de
apenas 13 años cuando «la desaparición», rememora la década de
los cincuenta de la comarca de Gora, vivida bajo el peso inflexible
de la dictadura de Enver Hoxha. Juventud cortada a hachazos,
como esta geografía casi imaginaria desmembrada después de la
guerra por las grandes potencias en tres Estados: Albania, Macedonia
y Kosova (antes la Serbia yugoslava). Y gracias a que Las
hijas de la niebla se convierte en una hermosa balada a ojos del
lector, la mágica Bukojna de las siete puertas resiste contra la implacable
desmemoria de los tiempos de amor a Stalin. Así, en este
enclave nacido del éxodo de los heréticos bogomilos y la unión de
los linajes valaco, judío y montañés, el sol sale dos veces cada día
y la luna declina dos veces cada noche, y la Muerte acompaña a
los difuntos en sus sudarios de niebla, a no ser que se olvide o no
te encuentre, quizás perdida entre las brañas de Kallabak, como
con la anciana Majka, bruja de 300 años depositaria de la potente
tradición oral balcánica, plagada de mitos, leyendas y canciones
de gesta que perviven en esta novela con tenacidad.
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